«El viaje de la Kundalini»: viaje al centro de mí misma
Por Lola Quai (lola.lopez@elcafediariook.com)
Edición: Florencia Romeo (florencia.romeo@elcafediariook.com)
Cuando llegó la propuesta de nota pensé que sería en el campo o en un centro de meditación, donde nos recibirían bien temprano por la mañana y nos harían sentar en almohadones. Pero no, El viaje de la Kundalini se realizó en un teatro de la ciudad de Buenos Aires y nos sentamos en butacas de madera y pequeñas, como las de los cines de antes. Ya esta circunstancia resultaba interesante por lo inesperada. Ah, y nos recibieron entregándonos un antifaz, de esos para dormir.
Dirigida y producida por su creador, Pablo Robles, El Viaje de la Kundalini se presentó el domingo 6 de abril a las 18 en el Teatro ND Ateneo, ubicado en Paraguay 918, CABA. Luego continuará con una gira por el interior de país y Europa.
La invitación, anunciada como «un viaje sensoperceptivo a través de los chakras«, prometía integrar distintas artes holísticas: sonoterapia, meditación, yoga, música, aromaterapia, reiki, VortexHealing, EMF Balancing y más. A priori, podría parecer demasiado. Pero la obra –mejor dicho, la experiencia– está tan finamente curada que todo fluye con naturalidad. No hay saturación. Hay un tejido que nace y crece en los espectadores a medida que corren los sonidos y aromas.
Ojos cerrados, corazón abierto
Nos invitan a descalzarnos, a ponernos cómodos, así que no lo dudo y me deshago al instante de mis borcegos. Todavía no hay que ponerse el antifaz pero a mí me dan ganas. Lo hago. A los pocos minutos es como estar en otro lugar. En un descuido mi compañero de butaca (un desconocido) roza su brazo con el mío y me sorprende la intensidad de ese roce casual. Es como si hubiera dejado una estela entre mi hombro y mi codo. A los segundos me quito el antifaz y lo miro de reojo. Para él no ha ocurrido nada, sigue en el trajín de acomodarse y apagar el teléfono. Pero yo tengo la estela.
Finalmente, todo comienza. No sé en qué orden ocurrieron las cosas porque el tiempo deja de ser lineal y se vuelve simultáneo, o algo así. Hay perfume a palo santo y a canela, también otros más florales.
Acerca de los chakras
Ya estoy adentro. Luego, o al mismo tiempo, los sonidos: campanas, cuencos, sonajeros, semillas, tambores. Tremendos tambores que suenan hasta el infinito y suenan tanto, TANTO, que ahí sí la cosa se me puso difícil, porque mi cuerpo quería saltar, aullar, bailar y retumbar en la tierra… pero estaba con los ojos tapados y no me animé a hacer nada de eso. Permanecí sentada, a lo sumo me paré un rato. Pero realmente deseaba eyectarme de la butaca. “Me voy a buscar una fiesta afro”, me prometí. Cada chakra es un universo en sí mismo. El rojo del primer chackra se siente abajo. Me recuerda que tengo cuerpo, que tengo historia.

Ese fuego interior de la Kundalini
La afinación en 432 Hz, tan usada en terapias de sonido, genera un campo vibracional que se siente en la piel, pero también en algo más sutil, más adentro. A medida que avanzamos hacia el plexo solar, siento una oleada de fuego. ¿Fuego sagrado? Es el poder de estar viva, de sostenerme, de decir que no y sin culpa. ¡Qué bien se siente!
El corazón se abre sin esfuerzo y sin dramatismo. Alguien canta, me sumo al canto, me llegan gotas de lluvia luego del sonido del trueno. Qué alegría ser bendecida por el agua de la tierra. Luego (o al mismo tiempo), el viento. Siento tierra mojada, pájaros. «Pero si era de noche cuando entré», pienso y ese pensamiento de era-de-noche se diluye en la negrura de los ojos vendados. No hay discursos, no hay explicaciones, no hay guías verbales. El cuerpo entiende. La energía sabe.
El viaje de la Kundalini no se ve ni se racionaliza. Se experimenta. Es una ceremonia escénica, una obra de arte energética, una meditación activa. Es un abrazo vibracional que te recuerda quién sos cuando nadie te mira. Y yo, que fui con la mirada de cronista, salí contenta, ligera, agradecida.
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