Entre Piazzolla y Ravel: cuando se despierta lo que creíamos olvidado
Por Lola López (lola.lopez@elcafediariook.com)
Edición: Florencia Romeo (florencia.romeo@elcafediariook.com)
«Qué difícil hacer esto después de Jorge Donn«. Estas palabras escucho luego de apagadas las luces y con los primeros compases del Bolero de Ravel. La frase la dice una señora, que está sentada a mi lado, a su amiga y primero me molesta porque me parece injusto andar comparando. Pero luego me rindo y quizás algo de razón tenga porque, después de todo, en nuestro imaginario colectivo esta música esta inexorablemente asociada a Donn.
Hay algo en la música de Piazzolla y Ravel que atraviesa las barreras del tiempo. Quizás sea esa capacidad de ambas obras de mantenerse en los márgenes, de desafiar las convenciones sin renunciar a su belleza. Escuchar el Bolero de Ravel o los acordes de Piazzolla en un escenario como el del Teatro Presidente Alvear no es solo un deleite estético; es un viaje al centro mismo de nuestra memoria emocional, donde la argentinidad se pone de punta uniendo danza y tango.
Piazzolla y Ravel, cuerpo, alma y sonido
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín explora cómo el movimiento y la música pueden activar emociones olvidadas. La compañía presenta en el teatro Alvear un programa con obras de Mauricio Wainrot, Ana Itelman y Ana María Stekelman.
En esta obra el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín nos lleva a un territorio donde el cuerpo y el sonido se funden. Y algo mágico sucede: los recuerdos, incluso los que no sabíamos que guardábamos, se activan.
Quizás sea el ritmo hipnótico del Bolero, que nos recuerda momentos de obsesión y repetición en nuestras propias vidas, o la pasión rara del no-tango de Piazzolla (como bromeaba Borges), que nos conecta con dolores y amores pasados. La danza, en su lenguaje corporal, es capaz de nombrar lo innombrable, de iluminar esas zonas de sombra donde residen nuestras emociones más profundas.
En este programa, la coreografía de Ana María Stekelman sobre el Bolero de Ravel es un claro ejemplo de ello. Su interpretación toma la obsesión del Bolero y la convierte en un ciclo de recuerdos, de emociones que parecen atrapadas en un eterno retorno. Es imposible no sentirse arrastrado por el ritmo, no recordar nuestros propios intentos en un círculo de renovación, cambio, quietud.
Y luego está Piazzolla, con su tango que no es sólo baile, sino resistencia, pasión y supervivencia. La danza contemporánea aquí no intenta reinventar el tango, lo reinventa, lo desarma y lo reconstruye, hasta con un zapateo folklórico de tremenda masculinidad.
Quizás la danza, como los recuerdos, vive en lo efímero, en lo que no se puede explicar del todo. Porque en cada paso, en cada movimiento, nos recuerda que somos cuerpos, que sentimos, que estamos aquí y ahora, haciendo. Todo esto pienso cuando termina la obra y los bailarines saludan y todo es aplausos, cuerpos batientes y sonrisas.
Aplaudo con ganas: la danza tiene algo que no tiene nada y que llega, como se dice ahora, hasta la «glándula pineal». Lentamente vamos dejando las butacas. La señora del inicio de esta nota le dice a su amiga: «Qué maravilla, tengo toda la piel de gallina, ¿y vos?«.
ENTRE PIAZZOLLA Y RAVEL
Teatro Presidente Alvear
Avenida Corrientes 1659, CABA
Jueves a domingos a las 20 horas, hasta el sábado 7 de diciembre
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