«Una estatua en una plaza»: humor absurdo argentino

«Una estatua en una plaza»: humor absurdo argentino

Por Guillermo Tagliaferri (guille.tagliaferri@elcafediariook.com)

Una estatua en una plaza se desarrolla en un pequeño y desangelado pueblo del interior argentino, bautizado con el ficticio nombre de Villa Quirquincho Tuerto, en la Década Infame y es una comedia surrealista que identifica, con un clima humorístico, costumbres y defectos nacionales.

 En esta comedia, sainete, tienen lugar distintos personajes que compusieron, y siguen componiendo, el conglomerado político, social y humano argentino. No falta ninguna figura del estereotipo nacional. Para identificar, para reconocernos y para reír.

El apacible pueblo se revoluciona con un proyecto de ordenanza que favorece a los más poderosos en detrimento de los más humildes. Los vecinos, desde los afectados y beneficiados hasta los indiferentes al problema, toman su posición y defiendo sus ideas, en un debate con tono de absurdo y comicidad, dándole al espectáculo un ritmo y sincronización aceitados.

¿Quién es el prócer de la estatua?

La plaza, la única, del pueblo es el epicentro de la obra y allí sobresale un busto. Lo gracioso es que ninguno de los habitantes sabe quien es el prócer de esa estatua. Los probables, de acuerdo a cada personaje, van desde Belgrano, Sarmiento, Leandro Alem, Winston Churcill…

El terrateniente del pueblo quiere imponer sus absurdas ordenanzas, los vecinos debaten, cuestionan o apoyan. Foto: Paloma García.

Los personajes de Una estatua en una plaza

La lucha de clases e intereses la reflejan Guillermo Orlando, como Remigio, un trabajador del campo que sufre los embates del poder económico, representado por Marcos Paradela, como Álvaro Unzué, un snob terrateniente, propuesto de tierras de dudosa herencia, ambicioso, admirador de Gran Bretaña y con ideas autoritarias.

Remigio, el humilde y trabajador labrador, interpretado por Guillermo Orlando, y Amapola, la cantante que intentó sin éxito triunfar en la Capital, representada por Laura Santoro. Foto: Paloma García.

Julio César Traversa es Tilengetti, un vendedor, sobre todo de artículos ilegales, muy chanta y oportunista, además de cuidador de su estética personal. Laura Santoro despliega en el escenario sus dos especialidades: actriz y cantante, en el papel de Amapola, una artista que deja el pueblo con la ilusión de conquistar Buenos Aires, pero regresa sin cumplir su sueño.

Silvia Baloira y María Inés Ferreyra son Clarita y Rosita, dos señoras mayores, criticonas, amargadas y con cuestionamientos a su pueblo y a sus vecinos. Matías Turina, como Celedonio, es un joven decepcionado y sin confianza en el futuro.

Felipe De La Rosa y Julián Rossini son los autores y ejecutores de la música original y su participación coordinada y precisa encaja en los momentos justos de la obra.

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El texto y la dirección de un experto en artes

Adrián Luongo transitó varias vetas artísticas, formado como actor, con Norman Briski y Pompeyo Audivert, y luego amplió sus estudios:  clown, entrenamiento vocal, antropología teatral, humor, dramaturgia, guion humorístico, diseño gráfico, fotografía y guitarra.

Es el dramaturgo y director de Una estatua y una plaza -doble función que también ejerció en Corazón pifiado; Desobediencia 78 y Los Kuru, entre otras obras- y al finalizar una de las funciones respondió a la entrevista de El Café Diario®.

Adrián Luongo, dramaturgo y director de Una estatua en una plaza, respondiendo a la entrevista de El Café Diario, en el Tadrón teatro. Foto: Sergio Kohan.

¿Cómo definirías a Una estatua en una plaza?

La obra, básicamente, es de humor absurdo. Es un absurdo que refleja lo más realista, digamos que para reflejar la realidad usamos el absurdo. Es una comedia más que nada de humor, que transcurre en los años 30, en la Década Infame, y eso de alguna manera se utiliza como metáfora y podríamos os trasladarlo a la actualidad o a distintas etapas cíclicas de la historia argentina.

Justamente eso te iba a preguntar: salvando los elementos temporales, ¿esto podría estar sucediendo hoy, año 2025, en cualquier sitio de Argentina?

 Claro, claro. Sí, sí, sí, hay muchos ejemplos. Puede ser en la actualidad, puede ser en la década de los 90, pueden ser tantas etapas de nuestra historia…

Clarita y Rosita, roles a cargo de Silvia Baloira y María Ferreyra, dos viejitas criticonas, vituperadoras e insensibles, pero con un cierto encanto. Foto: Paloma García.

Todos los personajes tienen su importancia, sin que haya uno que asuma el rol principal. ¿Hay un motivo especial?

La idea era que no haya un protagonista principal, que cada uno aporte las distintas historias que se van cruzando. El protagonismo lo tiene la dinámica de la obra. Y a partir de ahí, que el público vaya tejiendo la historia, uniendo los personajes. Un poco la idea es esa. 

Pasión por la historia argentina

¿Cómo surgió la idea para escribir este texto?

Yo ya vengo de escribir otra obra que transcurría en los años 70. Y siempre me gustó el tema de la historia. La historia argentina siempre es algo que a mí me apasiona. Y la década del 30, primero, daba artísticamente, me parece una década maravillosa porque me encanta la moda, el tango, toda la estética de esa época. Nos permitía plásticamente un montón de variantes. Y después también había otro detalle, porque establecerlo en la década del 40 era entrar en el peronismo.

Un tema controvertido, ¿no?

Lo que quería era que no se diluya la discusión en nombres propios; que si Macri, que si Cristina, que todo eso. O sea, no es una discusión que a mí me interese, una discusión más bien ideológica.

Álvaro Unzué, aristócrata, dueño de amplios terrenos, discriminador y abusivo. Detrás, Remigio, uno de los principales afectados y la estatua que le da el título y tiene su influencia en la obra.

¿La estatua alcanza el nivel de otro personaje?

La obra trata de lo que queremos como sociedad, qué queremos como país. Por eso el tema de la estatua, que nadie sabe quién es, porque al no tener un prócer, es como que no hay una identidad como pueblo. Un poco esa era la idea que trabajaba. Nadie sabe quién es, mejor dicho, hay uno sólo que sí sabe. Y los demás, cada uno tiene su ficción en la cabeza. Se nombran algunos personajes que ideológicamente son diversos; cada uno lo ve desde su ángulo y está, perfecto-Así que la estatua, un elemento estético, la utilizamos para eso, para mostrar un poco la falta de identidad como pueblo. Y también la falta de horizonte. 

Una estatua en una plaza

Tadrón Teatro

Niceto Vega 4802, CABA

Viernes, de agosto y septiembre, 21:30 hs,

Entradas: en boletería del teatro o por Alternativa Teatral

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