«El paraíso perdido», el salto de la infancia a la adultez
Diez años después de su estreno, El paraíso perdido volvió a la escena porteña. Y a pesar de la década transcurrida, esta obra de teatro y artes escénicas conserva su frescura, su emotividad y su poder de evocación de una época inolvidable y que indudablemente deja marcas -buenas, regulares o malas- persistentes en el futuro de cada individuo determinando su personalidad y su comportamiento.
Un grupo de once niños y niñas van soltando sus vivencias personales en esos primeros años de vida. Afectos, odios, caricias, golpes, mal tratos, ausencias, presencias, dolores, alegrías, juegos, recuerdos, amistades, confesiones, besos sin soslayar temas como el bullying y el despertar del sexo. Y también las relaciones, felices o tensas, con abuelos, padres, hermanos. Un vorágine de sensaciones de una etapa indeleble en la vida de todos.
En el límite de dejar esa infancia y pasar a la adultez, los protagonistas se encuentran en una fiesta, una pista de baile, y van surgiendo fragmentos de situaciones, frases y paisajes donde fueron felices o desdichados, pero todos estuvieron vivos. Y así, cada uno con su experiencia personal, va traspasando un umbral que marcará su identidad.
Las preguntas de El paraíso perdido
En su creación, el director y productor César Brie propone y plantea varios interrogantes: ¿Dónde están los paraísos perdidos? ¿Quiénes los habitan? ¿En qué parte del cuerpo los cargamos? ¿Pesan, son livianos, son tenues, nos golpean, nos queman, nos acarician? ¿Aquello que nos ocurrió, existe todavía?
La escenografía es tremendamente simple: un amplio piso, sin mobiliario, a la par de las butacas para el público, donde los artistas se desplazan, caminan, bailan, se abrazan, se besan, corren, saltan, se agreden y van desarrollando sus breves diálogos. No hay iluminación, la luz se introduce a través de un ventanal situado a un extremo. Y los elementos que adornan el escenario son muchos globos, infaltables en toda fiesta, una pequeñísima casita, una guitarra, algunos juguetes y palos cilíndricos de artistas callejeros. La música proviene de una notebook. Recursos tan simples como efectivos.
Esa sencillez y simplicidad le otorga mayor presencia y dinamismo a las brillantes performances de Juana Banchoff Tzancoff, Abril Collet, Sofía Diambra, Eugenia Florit, Sebastian Gui, Gabriela Ledo, Micaela Lifschitz, Blas Nielsen, Ignacio Orrego, Alejandro Parente y Liza Karen Taylor , los jóvenes actores y actrices que con una alta dosis de ritmo, energía, coordinación y destreza física le dan vida a los personajes de la conmovedora obra.
El director de El paraíso perdido
César Brie, actor, director, dramaturgo, y escritor, de 71 años, debió exiliarse a Italia durante la última dictadura militar argentina. Allí, y también en otras naciones europeas y en la década del 90 en Bolivia, extendió una nutrida y exitosa carrera artística. En una breve visita a Buenos Aires, estuvo presente en la segunda función de El paraíso perdido, en la sala Dumont 4040.
Minutos antes del inicio de la función mantuvo un breve diálogo con El Café Diario®. Sobre su regreso al país señaló que «estoy a la carrera, digamos, porque es muy corto el tiempo y hay muchas cosas que hacer. Estoy contento porque se hizo el reestreno de El paraíso perdido. Y también al estreno de Historias contrabajo, que es la obra de teatro que hice con mi sobrino Pablo Brie. Voy a volver a ver El Equilibrista, que dirigí, con Mariano Dayub. Y a dar el seminario Pensar la escena, durante tres días. Este viaje es tocata y fuga».
Con respecto a la obra nos adelantó que «El paraíso perdido, trata sobre un grupo de jóvenes que entra a una fiesta y cuando salen son adultos. O sea, es un lugar simbólico donde transcurre el fin de la infancia, el inicio de la vida adulta, llamémoslo así. Ese es el tema, El paraíso perdido tiene que ver con eso».

Finalizada la función, César Brie brindó un conversatorio para espectadores y prensa. «Sobre la génesis de este trabajo digo que desde hacía mucho tiempo estaba trabajando sobre el argumento de El paraíso perdido, pero no del poema de Milton sino sobre cuándo estuvimos en el paraíso y cuando perdimos el paraíso. Una pregunta que yo me he hecho en mi vida muchas veces y que empecé a hacerle a mis alumnos. Tuve la suerte que la Municipalidad de Buenos Aires, gracias también a la ayuda de Alejandro Casavalle. organizó un taller mío que duraba un mes entero y era aquí, en esta misma sala», contó.
Siguió: «Los primeros tres días tenía que elegir el grupo para trabajar. Eran como ochenta y cada uno había tenido que traer un pequeño texto, una danza o una acción. Yo los hacía sentar en una silla y les preguntaba: ¿cuándo estuviste en el paraíso? ¿Cuándo perdiste el paraíso?
Cada uno contó sus historias, algunas muy muy personales y otras inventadas, no era necesario que fuesen verdaderas, lo importante es que yo me las creyese».
«Luego de esos tres días, yo elegí a los quince mejores, los que me parecían más dúctiles y más motivados y que tenían un nivel muy alto, superior a la media. Y también elegí a los ocho que no sabían hacer absolutamente nada, o sea, los más perros, porque pensé que como era un taller, tenía que ser un riesgo para mí y ver qué pasaba en un mes con ellos. Trabajábamos ocho horas diarias, hacíamos investigación, trabajo corporal, algunos de ellos eran bailarines, otros acróbatas. Había un material enorme, era una máquina de producir imágenes».
Elegir entre dos opciones
Brie continuó con su relato: «Luego de 15 días les dije que teníamos dos caminos. O construíamos una obra con todo eso y corríamos porque teníamos dos semanas para hacerlo, o trabajábamos otros 15 días gozando de crear toda la locura que quisiéramos y el último día poníamos un ensayo o algunas cosas para mostrar a las autoridades que nos habían contratado.
Ellos eligieron hacer la obra. Y la hicimos. Pero yo dije: muy bien, entonces ahora cambia el sistema, hasta ese momento era todo muy democrático, y les avisé que a partir de ahí se ajustaran los cinturones y se hacía lo que yo les decía».

Resaltó Brie: «Desde hace muchos años, yo considero que lo social está en lo íntimo, y que lo íntimo es social. Que nosotros debemos aprender a decir yo, y que cuando ese yo es paradigmático, toca a todos los que están delante nuestro y entonces se vuelve un nosotros. Mi historia de amor pertenece a muchos de ustedes, lo mismo mi desventura con mi padre o con mi madre, porque todos tienen desventuras con el padre y con la madre. Todos esos pequeños yo que aquí fueron expuestos desde la cárcel de un padre al bullying sobre un chico a la violación de una mujer, son todas cosas que todos hemos percibido. Hemos vivido, hemos sufrido, y con las cuales hacemos cuenta siempre».
«Entonces lo que yo hice fue recoger, tamizar, colocar las palabras más correctas. Ahora, diez años después y con otra versión, en el medio, dirigida por otro director, con la que estuve en desacuerdo y le expliqué los motivos, los chicos me propusieron volver a hacerla y yo les di carta libre», dijo.
El teatro es pobre y plural
Brie sentenció que «el teatro es pobre, va a ser siempre pobre, y es fundamental que exista y que sea coral, sea grupal. No defiendo la idea de grupo, defiendo el core, defiendo el colectivo, defiendo las múltiples misiones, aunque uno sea autor muchas veces de lo que crea. Es coral, pero al mismo tiempo cada uno se toma sus responsabilidades. Si alguien hace los vestidos, es ese que hace los vestidos. Si alguien escribe, es esa persona que escribe. Siempre hay que reconocer los nombres propios de quienes hacen posible el trabajo».
«Es muy difícil sobrevivir con el teatro. Armar compañías de once actores, como esta, es casi imposible. En Italia hoy los teatros estables están haciendo monólogos, los teatros que reciben millones. Pero yo sigo haciendo obras con mucha gente, aun sabiendo que es un suicidio económico, porque creo que el teatro es plural. Creo que el teatro es, aunque haya un autor y alguien responsable, es un nosotros. Entonces me niego a aceptar que se vuelva solo un pequeño mercado para pocos privilegiados».
El paraíso perdido
Santos Dumont 4040, CABA
Domingos 19 de octubre y 2 de noviembre, a las 16 horas
Entradas por Alternativa Teatral
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