«El corazón del mundo»: teatro para mirar hacia adentro

«El corazón del mundo»: teatro para mirar hacia adentro

Por Lola López (lola.lopez@elcafediariook.com)
Edición: Carla Scardino (carla.scardino@elcafediariook.com)

Nada más antilunes que ir al teatro. Es lunes a las 8 de la noche y con este frío me encuentro en El Teatro del Pueblo para ver El corazón del mundo, de Santiago Loza. El programa que nos entregan ha sido doblado en forma de corazón. Es un lindo gesto que predispone. 

«Apaguen los celus y coman ese caramelo ahora para no hacer ruido después», nos advierten con una sonrisa. Tienen razón, claro, pero sin dudas es un gran pedido en estas épocas donde parece que comemos y pantalleamos a toda hora. 

La escenografía como atmósfera de la obra

El corazón del mundo es una obra geográficamente silenciosa, donde la economía del espacio no es sinónimo de limitación, sino de precisión. La escenografía consiste en un vidrio translúcido y un juego de proyecciones que funcionan como atmósfera, frontera y recuerdo con algo de fantasmagórico.

No hay grandes desplazamientos, no hay cambios de vestuario, ni efectos rimbombantes. Todo está dicho con poco, como dejando espacios para que complete el espectador, y ese poco alcanza.

Guillermo Angelelli y algo que remite a Hombre mirando al sudeste (Foto: Marcos Mutuverria)

Una puesta mínima, una experiencia íntima        

El corazón del mundo no es una obra para ver en grupo ni para salir a festejar después. Es, más bien, una experiencia que pide compañía de a dos (incluso de uno mismo). Alguien con quien intercambiar lo que quedó resonando (incluso uno mismo), porque lo que sucede en escena tiene más que ver con lo que evoca que con lo que muestra.

La historia es la siguiente: Un hombre camina de noche por la vereda y un vagabundo le da un palazo. Cae, pero antes de llegar al piso su cuerpo estalla, se triplica, vive en un instante muchas vidas, a veces es uno y a veces es toda la humanidad. Quizás por eso es fácil sentirse identificado, porque, al final, más allá de nuestras particulares circunstancias biográficas, a todos nos conmueven más o menos las mismas cosas.

La memoria como compañera de vida          

Uno de los temas que atraviesa El corazón del mundo es el de la memoria. No como una reconstrucción fiel del pasado, sino como una forma de vida. Lo que se recuerda no vuelve, pero se queda, y con eso hay que vivir. El personaje no intenta ajustar cuentas con su historia, simplemente la vuelve a visitar, y en ese ejercicio se juega la posibilidad de entender algo más de sí mismo. O no.

La trama parece mínima pero, al replicarse, toma otras dimensiones. Hay una voz, un sentimiento, una historia que aparece fragmentada, entrecortada por el recuerdo y por una necesidad de comprender. Loza construye una figura solitaria, humana, sin estridencias, que no grita ni reclama, sino que fluye por los recuerdos.

Un afiche con aire expresionista (Foto: Gentileza Prensa de la obra)

Introspección sin solemnidad

Hay algo despojado, hipnótico y a la vez lido en esta obra, como si el silencio también pudiera ser una forma de compañía.

Sí, el silencio es una compañía.

Salgo del teatro pasadas las nueve. Mis ocasionales compañeros de sala huyen del clima áspero y caminan rápido hacia autos, taxis, subtes. A mí me queda un largo rato antes de llegar a mi casa y me viene bien: el frío, la noche y una caminata resultan buenos compañeros cuando hay mucho que pensar.

Ficha Técnica

El corazón del mundo

Teatro del Pueblo, Lunes 20 h

Autor: Santiago Loza

Dirección: Lautaro Delgado Tymruk y Sofía Brito

Actor: Guillermo Angelelli.

Diseño de luces: Ricardo Sica.

Afiche: Matías Iván Delgado.

Realizador de la pantalla «Pepper Ghost»: Cristian Matías Amaya.

Asesoramiento visual: Paula Cotton, Sebastián Zavatarelli y Fede Castro.

Prensa y difusión: Marcos Mutuverria.

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