Daniel Santucho Navajas y el camino hacia la verdad 

Daniel Santucho Navajas y el camino hacia la verdad 

Por Mirtha Caré (eme.care@elcafediariook.com)

Edición: Florencia Romeo (florencia.romeo@elcafediariook.com)

En el libro Nieto 133. Mi camino hacia la verdad, publicado por Planeta en 2025, Daniel Santucho Navajas narra el camino que tuvo que recorrer para encontrarse con la verdad. Dejar de ser Daniel Enrique González para convertirse en Daniel Santucho Navajas significó una difícil lucha contra su entorno, pero también una intensa batalla interior.

Gracias por mostrarnos el camino

En más de una ocasión, tuve que dejar la lectura de este libro. Necesitaba procesar lo que leía, tratar de entender lo que es imposible de comprender, para dejarme llevar por la emoción, para llorar. Pero esta no es mi historia, es la de Daniel Santucho Navajas. Una historia marcada por la incertidumbre, pero también por los abrazos, las alegrías y la esperanza. Gracias por buscarse. Gracias, Daniel, por ofrecernos a través de tu libro este testimonio tan valiente. Vamos a él.

Daniel Santucho Navajas, el nieto 133, autor del libro que cuenta su historia.

El momento que cambió la vida de Daniel Santucho Navajas para siempre

Un día soleado y frío de otoño, Daniel tocó el timbre del edificio de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). Había pasado una noche de insomnio por los sucesos del día anterior: un hombre que se había presentado como Manuel Gonçalves, representante de la CONADI, había ido a buscarlo.

Ese día, el pasado y el presente se chocaron como dos fuerzas poderosas; las dudas se convirtieron en certezas y la verdad, aunque dolorosa, se mostró irreversible. Ese fue el punto de no retorno en la vida de Daniel Santucho Navajas, también conocido como el «Nieto 133», quien hoy cuenta su historia en el libro publicado por editorial Planeta: Nieto 133. Mi camino hacia la verdad.

Identidad

Daniel Santucho Navajas nació el 10 de enero de 1977, en el centro clandestino conocido como el Pozo de Banfield, poco tiempo después de que su madre, Cristina Silvia Navajas, fuera secuestrada y desaparecida durante la dictadura cívico militar, mientras cursaba su segundo mes de embarazo. Su padre, Julio César de Jesús Santucho, se encontraba entonces en el exilio. Tiene tres hermanos: Florencia, Camilo y Miguel, este último integra la Comisión Directiva de Abuelas de Plaza de Mayo.

Su abuela Nélida Gómez de Navajas, madre de Cristina, fue cofundadora de la Asociación Civil Abuelas de Plaza de Mayo y dedicó muchos años de su vida a la búsqueda de su nieto y la de tantos otros niños apropiados durante la dictadura. Falleció en 2012 sin haber conocido a Daniel, pero dejando un legado fundamental en la lucha por la memoria, la verdad y la justicia.

También es papá de Camila y de Milagros y militante de derechos humanos.

En el pasado, el terror se sentaba a la mesa

Daniel fue apropiado por Estanislao González, un oficial retirado de la Policía Bonaerense, que lo anotó como hijo propio. Así creció en Almirante Brown, bajo el nombre de Daniel Enrique González: allí fue a la escuela y tuvo amigos. También tuvo una hermana veinte años mayor, otra hija de los González, también adoptada, con la que nunca convivió.

A su apropiador lo recuerda como un tipo duro y que siempre estaba armado: «Se sentaba a la mesa, sacaba el arma y la ponía al lado del plato«. Gestos que, en retrospectiva, revelan una vida atravesada por el silencio, el miedo y la impostura. Su madre de crianza, en cambio, aparece como una figura más cercana, que le hablaba y lo acompañaba, aunque igualmente partícipe de un entramado de ocultamientos.

Semillas que crecen en la oscuridad

Durante más de cuatro décadas, Daniel fue Daniel Enrique González. Pero las preguntas, como una semilla que crece en la oscuridad, nunca dejaron de estar. Lo que siguió fue una lucha ardua para saber la verdad: contra su entorno, contra su historia oficial, incluso contra sus propios miedos. «Demasiadas veces en soledad, con pocos pero esenciales aliados«, escribe Daniel.

La historia de Daniel Santucho Navajas, plasmada en el libro de su autoría, es un testimonio clave para seguir hablando de la identidad como un derecho.

Pero este libro, que no se limita a narrar hechos, sino que también ilumina las emociones más crudas del proceso, no se queda en el dolor. Narra cómo Daniel se reencontró con su familia biológica, con el inagotable y combativo clan Santucho, con su padre, sus hermanos, con su historia real. Y cómo, a veces, todo puede empezar con una frase dicha en el momento justo, con la importancia de pronunciar las palabras necesarias.

«Andá a Abuelas«, cuenta Daniel que le insistía más de una vez María —su pareja en aquel momento, madre de sus dos hijas—. Su insistencia nacía del amor, del deseo de que Daniel pudiera terminar con la angustia de no saber quién era, y también de una fuerte intuición. Ella lo acompañó desde el inicio: conocía la mala relación que él tenía con su familia de crianza, el clima de secretos que lo envolvía, las situaciones extrañas.

En ese camino de sospechas, un encuentro con Pinina, su hermana de crianza, dejó una frase que sembró la duda definitiva: «Vos no sos hijo de González«.

Expresiones que resignifican

Claudia Carlotto, hija de Estela y directora de la CONADI, aquella mañana de otoño le explicó a Daniel que su muestra de sangre, tomada en el Laboratorio de Datos genéticos y que se había cruzado con la base de datos de la Comisión, había mostrado una coincidencia del 99,5 % con otro perfil, y que ese porcentaje no dejaba margen de error. Luego Manuel Gonçalves agregó: «A vos también te estuvieron buscando». Esa expresión, asegura Daniel, «le resignificó la vida». Desde ese momento su nombre es Daniel Santucho Navajas y Daniel Enrique González dejó de existir.

Saber que la búsqueda era en dos direcciones lo unió de inmediato en espíritu con su familia: «No había buscado solo, nos habíamos buscado».

Una historia personal y colectiva

La historia de Daniel es un testimonio clave para seguir hablando de la identidad como un derecho. Por eso, es necesario compartirla. Nos interpela no solo frente a los crímenes del pasado, sino también frente al presente: ante las dudas que aún habitan en cientos de personas apropiadas, ante la responsabilidad social de acompañar esas búsquedas, ante el desafío de sostener, en democracia, la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia.

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